viernes, julio 01, 2011

Cuento: "Cócteles"

Estaba algo nervioso, mi familia me había convencido de asistir, aunque me rehusé por años, hoy decidí ir.

Daban a penas las dos de la tarde, tenía que estar ahí a las cuatro, pero salí temprano porque tenía pensado pasar a la cafetería y platicar un rato con unos amigos antes de llegar.

Tomé las llaves del carro, mi abrigo y mi billetera. Entré al automóvil, ¡ah! mi querido automóvil, me ha salvado de apuros... en fin, cuando iba a encenderlo boté las llaves, y mientras las buscaba en el suelo del auto, me topé con una cerveza, que, por el frío que hacía había permanecido a una muy buena temperatura. En ese momento me dio cargo de consciencia, pero de todas maneras la destapé y para adentro, nadie se daría cuenta, era solo una cerveza. Recogí las llaves, encendí, arranqué y conduje hasta la cafetería, a las 2:20 p.m. llegué y mis amigos del alma ya estaban ahí.

Lo saludé, platicamos un rato y las rondas de whiskys empezaron a venir, uno tras otro, y la charla estaba amena, porque Claudia recién llegó al país, después de no verla unos 3 años, ahí estaba, y nos seguíamos llevando muy, muy bien; platicamos de ella, de su vida por allá, y que era un gusto volverla a ver.

En fin, ya tenía novio, así que no me entusiasmé mucho, bueno, al menos no por ella, porque la bebida me entusiasmó bastante. Cuando vi la hora, daban ya las 3:25 p.m. Diantres, creo que era hora de marcharme.

Me despedí de mis amigos del alma, pagué mis bebidas, intercambiamos números, y por supuesto, el abrazo que sabía que hasta ahí llegaba a Claudia.

Entré al carro y me dirigí a mi destino primordial. Mientras conducía empezó una torrencial lluvia, acompañada de granizo y vientos que bien hacían volar a los gatos (el gato volador ♪).

Treinta minutos de andar manejando con una visibilidad casi nula, me topé con mi hermano, que iba cruzando la calle; habrá sido el destino o la casualidad, no lo sé, pero ahí estaba. Le bociné y lo dejé entrar al carro. Y bueno, me contó que venía de la casa de unos amigos, y que se había traído un cóctel buenísimo que había preparado allá. Era una oportunidad imperdible... mientras conducía degustamos ese cóctel, sabroso pero potente. Y bueno, se acabó; o mejor dicho, lo acabamos.

A una cuadra de mi destino, mi hermano se bajó y ya daban las 4:15 p.m., iba retrasado.

A las 4:20 ya me había estacionado e iba entrando al salón de la reunión. Estaban todos sentados ya, platicando amenamente. Era la primera vez que asistía, pero ya me habían contado cómo debía presentarme. Tomé asiento, sonreí, me sequé un poco la cabeza, parpadeé y me presenté:

"Buenas tardes, mi nombre es Javier, y soy un alcohólico".