martes, abril 28, 2015

Relato: "El Girasol".

Era tan guapa. Si la vieras sonreír, la distribución tan correcta de sus facciones, la apertura adecuada entre sus párpados y la profundidad exacta de los hoyuelos, si la vieras sonreír, te lo digo, es tan guapa.

Hace un mes y tantos días que le planté los girasoles; aquellos que germinaron de las semillas del loro, las que revolaban por el aire con el batir de alas del ave, semillas que en su relativa pequeñez contienen el amarillo resplandeciente que hoy trasplanto a una vasija de arcilla, esto, con el único motivo de obsequiarle un girasol. Lo juro.

La vasija fue un obsequio que recibí, me lo dio la señora del puesto en donde nos conocimos: un par de pubertos tratando de comprar arcilla termoformada para quién sabe qué finalidades culinarias en casa. Al final tú la compraste, la última vasija de cualidades específicas enumeradas categóricamente por nuestras madres, madres desconocidas la una de la otra, cuyo factor común era la señora de las vasijas. Aunque ahora nosotros lo somos también.

Hoy la iré a visitar, con la vasija obsequiada, totalmente diferente a la vasija culinaria, mucho más estética, con veteados que viajaban alrededor del ecuador de la vasija, desde los más claros tonos de café hasta los más oscuros de marrón, con festoneado en el cuello, divergente del lumen, tenuemente asimétrica en la base, discretamente desnivelada, pero, te lo aseguro, inexplicablemente apropiada para el primer estrato de abono, el segundo estrato de pómez, el tercero de tierra negra y el cuarto de ornamento común de viruta de madera, cada estrato abrazando bellamente el tallo del girasol nacido por el batir de alas del loro.

Caminé tres calles abajo y dos a la izquierda, desde cuya esquina veo la carnicería de tu papá.

"Buenos días señor, esta planta es para su hija".

Era tan guapa.