Noche, oscuridad, frío, lluvia y la compañía de mi novia.
Ya era hora de marcharnos, aunque aún seguíamos en la universidad, a unas cuadras pasarían a traerla a ella y yo podría dirigirme a mi hogar.
En el camino de salida encontramos a un famoso personaje: Isaac, un buen amigo, que casualmente también salía, decidimos irnos juntos; pero como ya mencioné: "lluvia". Esperamos aproximadamente treinta minutos, la lluvia menguó y nos fuimos.
Amena charla se concretó entre nosotros, hablando de cátedras, chistes, comida y la sucesión de Fibonacci, todo se desarrollaba de manera excelente, todo iba bien hasta que: la lluvia: torrencial, ventosa, fría y yerma acaeció de nuevo, sin piedad azotaba nuestros cuerpos ausentes de sombrías.
Llegamos a una pizzería cercana donde nos refugiamos, y donde lamentamos la ausencia de dinero para adquirir un delicioso trozo de pizza que bien calmaría nuestros gustos y nuestra hambre.
Continuamos con la misteriosa plática de contexto "fibonacciano" y sin llegar aún a una conclusión decidimos seguir caminando, aunque fuera bajo la lluvia, pero ya se hacía de noche y no parecía calmarse la tempestad.
Habíamos dado como máximo 16 pasos cuando un golpe húmedo (por la lluvia) llegó a nuestros oídos... a nuestra derecha, dos hombres yacían en el suelo, boca abajo, hombres de unos cuarenta años, empezando a perder un poco de cabello, mojados... Isaac y yo no lo pensamos ni dos veces y prestamos nuestro auxilio a los occisos.
Para nuestra sorpresa, al acercarnos, dos bastones de los que sirven a las personas no videntes yacían en el suelo; sí, aquéllos dos eran ciegos... entendimos así por qué pudieron haber caído.
Mientas mi novia observaba asustada, Isaac y yo acudimos en ayuda de los dos señores, y mientras él y otro joven que prestó socorro levantaban a uno de los señores, yo intenté levantar al otro, que parecía estar inconsciente (entonces, pensé que podría haberse lesionado seriamente); en efecto, tenía una lesión superficial en la frente, que sangraba levemente, pero lucía profusa debido a la lluvia que lavaba la sangre.
En fin, el hombre que parecía inconsciente reaccionó, fue cuando yo le dije con voz autoritaria: "Jefe, a la cuenta de tres lo levanto: 1, 2, 3..." entonces el hombre se levantó, se tambaleó, tomó su bastón, se tambaleó de nuevo y en ese momento, ese pequeño momento, él suspiró, exhaló y dejó salir de su boca el característico olor de alguien extremadamente borracho; ambos ciegos "caminaban" extraordinariamente ebrios.
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