miércoles, mayo 29, 2019

Texto: "Epifanía de una memoria"

Yacía terriblemente consciente en los laureles y montes que rodeaban nuestra cama, indistinguible cualidad entre sueño o vigilia, aunque lúcido y voluntario. Sobre la cama escurría un ámbar sedoso, dulce y perfumado, goteaba desde tus ojos tristes que se confundían con las pupilas de las estrellas, decoración hermosa del cielo. El ámbar que nos humedecía las pantorrillas y lavaba las manos, también nutría los laureles, que comenzaron a murmurar tu nombre, un nombre sin elocuencia, integrado por tersos y plurales sonrisas, murmuraciones únicamente perceptibles para mi corazón de maíz y nuez.

Lloramos.

Y con el sabor a romero que salía de tus dientes fui guiando mis yemas en lectura del cabello, desde las costas hasta la hondura de esas sienes relucientes donde me detuve, expectante del romero que me abrazó y sumergió en  tu océano, ósculo deconstructor de identidad y realidad.

Y arrollados por el remolino de brasas, ceniza y llamas, nos cocinamos en un solo alimento que se devora a sí mismo, indistinguible, pero sutil y bello.

Perdí la noción de cuánto te amo.