Un instante duró el trance, la realidad alrededor se descompuso instantáneamente, toda sombra y toda luz adoptaron un orden alternativo que he podido observar unas pocas ocasiones en el transcurrir de mi vida. La consciencia recibe hondas cantidades de información interior y exterior en un momento veloz.
Todo comenzó a reordenarse, todo se volvió lento de nuevo, y volví a ver la luz de la Luna como tal, los árboles, el río y el puente. No tuve ni tiempo de perder el equilibrio.
Llegó a mi mente la imagen oscura de un boxeador pardo de guantes marrones, una melodía temeraria pero triste y desenamorada, un olor a manía o a quemado, recuerdo claramente que así olía mi padre.
Dos pasos más y el corazón burbujeaba de emociones libres de explicación idiomática, yo tenía la certeza que eran reacción de la información que el trance trajo, pero eran irrastreables e incomparables. Un llanto a medias que sacudía con la risa y la calma sumergida entre la dicotomía de seguir caminando o quedarme quieto.
Dos pasos más después y todo se desintegró igual que como vino, paroxístico. Un chasquido.