lunes, septiembre 30, 2013

Narración: "Sin título ni dedicatoria ni nada, como todo."

¿Qué dicta el límite entre lo insensatamente sentimental y lo sentimentalmente insensato? Porque no sé si lo que siento es insensato o si, siendo un insensato, siento.

Una mezcla de querer amar en función de una gran culpa por haber sobrepuesto lo que ahora llamo egoísmos, sobre la entrega y el gusto de amar a expensas de lo que llamaba gustos. Un pasado disgustante en lugar de un presente culposo.

Gustos egoístas durante un amor sentimental e insensato, una sensatez de amar sobre los gustos sentimentales, un sentimiento culposo por no amar más allá del presente gusto. Una mezcla de culpa y la gana de haber sido más futuro y menos presente en ese pasado sentimentalmente insensato o insensatamente sentimental. 

Estoy vivo, como diría mi abuelita: "acá, bien jodida comiendo"; responder qué dicta ese límite al menos me llevará al diagnóstico de algo que seguirá igual. ¿Por qué la ironía psicológica de ser un sentimentalista oportunista de querer estar jodido por mí mismo y por alguien?

sábado, agosto 03, 2013

Cuento: "Trago"

La jornada había producido en todos un agotamiento psicológico considerable. Pero ahí estábamos, haciendo bromas ocurrentes y planeando dónde almorzaríamos esa tarde.

El comedor, como siempre, con olor a caldo de res y pollo frito. Cuatro almuerzos del día con horchata por favor.

Mientras esperábamos la comida platicamos sobre los temas que atravesaban nuestras mentes: unos de mujeres, otros de comida, otros de medicamentos y alguien permanecía escuchando, en silencio.

Llega el caldito de res, el pollo en jocón y las hilachas. A almorzar se ha dicho; se escuchaba el golpeteo de los cubiertos contra la vajilla barata, los huesos de pollo desgarrarse, un 'buen provecho mucha'... y un sorbo de horchata a través de una delgada pajilla que me otorgaba una deliciosa dosis de horchata bien fría... cuando repentinamente una sensación se hace presente a través de la delgada pajilla, logro percibir, entre lo líquido y suave de la horchata, algo sólido y totalmente desagradable pasando a través de la garganta hasta alcanzar el punto de no regreso. Algo raro tenía eso y me lo tragué. 

jueves, junio 27, 2013

¿Cuál Es La Fuente De La Justicia?

Luis era mi hermano, de esos hermano del alma.

Nos conocimos en tercero básico y él era tan extraño, tan inusual, tan fuera de lo normal, moreno, pelo corto, muy corto, dientudo, de manos grandes y dedos largos, nariz chata y ojos pequeños, pero con una mirada que demostraba profundidad, intelecto. Un sujeto silencioso, serio, tímido, bastante observador y siempre le hallaba el lado bueno a cada cosa que le pasaba.

Nos graduamos en el año 2002 y seguimos caminos muy diferentes, él ingeniero eléctrico y... bueno, yo aún no sé qué es lo mío. Él toda una eminencia académica y yo un perezoso y poco dado lectura. Él muy humilde y yo, ya saben, un vanidoso. Él un trabajador asalariado y yo un mantenido caprichoso, él todo un luchador y yo un conformista, él un filántropo y yo discriminador. Luis era un hijo ejemplar, un ciudadano ideal. Lo irónico de que él fuera un muchacho así es que jamás socializaba, no vivía con sus padres desde hace mucho, lo criaron sus abuelos quienes fallecieron un par de años después de entrar a la universidad. Yo era su único amigo.

Con Luis vivimos tantas situaciones de la vida, entre risas, llantos, alegrías, tristezas, gritadas, silencios, sobriedad y ebriedad, música, videojuegos, estampillas, ideas, pensamientos. Compartíamos tantas cosas que sólo nosotros entendíamos, cosas que podrían ser superficiales, intrascendentes, estupideces y banalidades, pero eran cosas que nos hacían felices. Luis me dio los mejores recuerdos de una gran amistad, me dio mucho para aprender, me dejó la semilla de querer y poder ser una mejor persona.

En una cierta ocasión Luis me esperaba en la parada de buses porque yo iba con ya 30 minutos de retraso. Inventando excusas que bien sabía él no creería llegué a la parada de buses y nos saludamos con un apretón de manos y un abrazo. Ya teníamos más de tres meses de no salir a ningún lado juntos. Esa tarde nos dirigimos caminando al teatro, aproximadamente 1km de recorrido, nada que no hubiésemos caminado antes.

Ese día vestíamos relativamente elegantes. Luis vestía un pantalón y una camisa de lo más sencillas, peinado hacia un lado, sin corbata, sin reloj, un celular bastante deteriorado, sin billetera y nada más en el bolsillo que su pasaje, su identificación y su entrada al teatro. Yo portaba un reloj y una pulsera, cinturón de hebilla metálica, un teléfono celular de modelo reciente, nuevo y caro, una billetera de cuero con una buena cantidad de dinero. Cosa que en cualquier otra situación no hubiera tenido importancia alguna, pero que en este momento exacto sería de vital importancia.

Comentábamos un poco de nuestra vida, recordábamos buenas bromas y viejos chistes, compartimos uno que otro cigarro y muchas risas. Nos detuvimos unos minutos para ayudar a una señora a cambiar la llanta pinchada de su automóvil. Yo no quería ayudar pero Luis insistió; más tarde me enteraría que esta señora era actriz de la obra a la que asistiríamos ese día. En fin, más allá de brindar una mano a quien la necesitaba, no cruzamos más palabras. Luis y yo seguimos nuestro camino al teatro.

No habían pasado ni cinco minutos desde el incidente de la señora y su llanta pinchada cuando un sujeto con sudadero gris, la capucha puesta, pantalón holgado, piel muy morena, aliento a alcohol, tatuajes en lo que se podía ver de sus manos, acompañado de dos sujetos más a quienes no pude ver sus rostros o ropas pues venían a nuestras espaldas. Nos asaltaron a punta de pistola. Se llevaron todas mis cosas, incluso mis zapatos, me golpearon en la cabeza y en las rodillas, caí al suelo, escuché un disparo y la frase 'vos no tenés nada bueno qué darnos'.

Luis falleció en el momento. Un año después atraparon a los tres hombres, estos hombres injustos que sin darse cuenta se llevaron lo mejor que Luis tenía para dar: su vida.

Y a pesar de que están presos, a pesar de que se aplicaron las leyes penales, a pesar del tiempo, a pesar de los recuerdos, aún me siento triste, confundido, despedazado, insatisfecho, aún así es injusto.

Última mente.

En la poca vida vivida que he vivido, formé un 'criterio' (por así decirlo) de lo que sería mi manual de acción en muchas cosas. Independientemente de cuál o cuáles sean esos criterios, me convencí a mí mismo que esa era la manera más adecuada de proceder, tanto social como individualmente.

Uno se va dando a la idea que tiene control sobre su vida y sobre sí mismo. Y estos criterios, se podría decir, fueron mis pilares para logar 'control'. Me los creí a profundidad, en ellos se basaban mis acciones sobre casi todo. Y sí, me funcionaban; con sus defectos y todo, pero funcionaban. Al final, con esta idea de control, de 'buena personalidad', de 'buenos criterios', y esa serie de cosas, uno va adquiriendo una tranquilidad mental (hablando en general). O sea, las cosas salían y bien y había tranquilidad: me sentía bien y tranquilo.

Para ordenar: una serie de experiencias forman un criterio, un criterio sirve de referencia para acciones futuras, las acciones futuras salen 'bien', y uno se siente bien (o al menos satisfecho); se queda la idea de alcanzar un 'logro' a través de ese criterio y se finaliza 'bien y tranquilo'. Pudiendo ser ese logro tanto físico, espiritual, psicológico, sentimental. Lo que sea.

Ahora imaginen lo siguiente:

De golpe, sin esperarlo, alcanzar un 'logro' que no se buscaba, pero que al vivirlo, esporádicamente claro, se llega a un bienestar. Pues en este caso, la situación es permisible porque alcanzar algo bueno sin planearlo siempre cae bien ¿no?. Aunque casi cierta intranquilidad.

Ahora imaginen lo siguiente:

'Uno se siente bien'; pero se da cuenta que las acciones que llevaron al 'logro no esperado' van en contra de los criterios manejados antes; incluso, atentan contra estos. Y entonces hay una sensación de bienestar, pero a la vez, una sensación contradictoria de nudo en el estómago, taquicardia y manos sudorosas (intranquilidad).

Y ahora, hay un lío entre sensación de bienestar y sensación de tranquilidad. Me doy cuenta que realmente no he vivido gran cosa, o al menos aprendido gran cosa. Y de vez en cuando, uno de esos 'descontroles', totalmente aceptables que hay en la vida, adquiere características tan únicas...

¿Qué hace uno ahora? ¿Busca seguir sintiéndose bien a expensas de la tranquilidad o busca sentirse tranquilo a expensas del bienestar?. 

miércoles, junio 19, 2013

Oraciones.

La situación fue/es esta:

El gusto y entusiasmo por favorecer, embelesar y satisfacer a 'la otra mitad' es tan grato, tan grato de verdad.

La libertad de actuar exigente o actuar silencioso. Somos libres de afrontar las situaciones según nuestros criterios.

Todo nace y brota de forma espontánea y natural; y lo que no, se cultiva y adapta para terminar siendo natural y espontáneo.

Vamos re bien.

Y aún así, en el vórtice de pétalos aromáticos rosáceos, están las espinas.

Y esa es la situación; me parece que la percepción de lo agradable es una percepción fásica, y la percepción de lo desagradable es tónica.

Fui un villano accionando como héroe.

viernes, mayo 24, 2013

Me da la impresión...

... de saber muy poco de mí mismo, de saber poco del mundo, poco de la vida; no saber nada de nadie ni nada. ¿conocemos?

jueves, mayo 23, 2013

¿Concentración?

Llevo, tal vez, unas dos semanas regresando en transmetro a mi casa y pensando en una serie de situaciones que, sinceramente, no me motivan ni alegran: desde cuestiones académicas teóricas, prácticas e interpersonales, hasta interrogantes personales; todas completamente dedicadas 'al presente'. Y en serio que no logro hallar 'un refugio' para sentirme un poco mejor. Y es que no es culpa mía nada (bueno, en parte y de forma indirecta) pero tanta porquería que sucede a diario en situaciones de la vida diaria: familia, universidad, relaciones interpersonales.

No sé, en serio que me gustaría dejar atrás estas tribulaciones que, estoy seguro, son nimieces. No importan, pero ahí siguen, hostigando mi mente. ¿Dónde nos podemos ocultar de nuestra propia mente?. El peor enemigo de uno mismo es uno mismo. ¿Luchar contra eso? parece ser posible, pero no lo he logrado; es que ¿cómo distraer la mente? (obviamente hay métodos, pero todos requieren una gran parte económico que no está a disposición, y una gran parte de tiempo usado en 'las responsabilidades').

¿Es la vida un ciclo de recortarle tiempo a lo que me gusta por hacer lo que no me gusta, todo en base a una propuesta de 'moralidad'?.

Me gustaría mandar todo a la fregada un tiempo, y no tener consecuencias. ¿Es esto falta de responsabilidad, compromiso... qué es? ¿Es una mera pereza mental?

En fin, a esta edad, las cosas no son realmente tan importantes como las creemos en nuestra mente si las viviéramos fuera de nuestras mentes.

lunes, abril 08, 2013

jueves, marzo 21, 2013

Especulaciones.

1. Trata a los demás bien, a pesar de todo.
2. Trata a los demás como quieres que te traten.
3. Trata a los demás como te traten.
3.1 Trátalos bien, como te tratan ellos.
3.2 Trátalos mal, como te tratan ellos.
4. Trátalos mal antes que ellos lo hagan.
5. No trates a los demás.

¿Cuál es la forma más adecuada social y psicológicamente de comportarse frente a las interrelaciones, a modo de buscar la satisfacción personal y ajena?.

martes, marzo 12, 2013

Cuento: "Obrar de formas misteriosas."

Terminé mi lata de jugo y comencé la caminata hacia el teatro nacional. Recién bajaba del transmetro en la zona cuatro, en la 24 calle.

Pensaba en una que otra estupidez, algún chiste, recordando canciones. Caminaba lentamente, no por cansancio, sino por pura gana de disfrutar la caminata. Mientras subía noté un carro con luces de emergencia encendidas, que ya comenzaba a causar cierto embotellamiento en el área.

Al acercarme, el copiloto bajó del automóvil e inició una clásica maniobra indicativa de un automóvil que no enciende. ¡A empujar! Pobre hombre, tuve que ayudarlo, pero no por lástima, sino por esa sincera expresión de caridad hacia el prójimo guatemalteco que es tan humano como vos y yo.

¿Le doy una mano jefe? - Pregunté mientras me acercaba trotando a ayudarlo a empujar el automóvil.
Buena onda rey, gracias - respondió.

Empujamos hacia adelante, como arrimándonos al carril auxiliar; pero la inhabilidad del piloto (y el hecho de que el timón hidráulico perdió esa característica al estar apagado el automóvil) tuvimos que empujar 'en retroceso' para enderezar el automóvil. Al cabo de unos minutos, una hábil demostración de trabajo en equipo y fortaleza masculina, terminó. ¡buenísima onda mano, gracias!

Me marché con una sonrisa y cierta satisfacción. Fue un buen rato en el día.

Al cabo de 20 pasos más o menos, un motorista sin chaleco ni placas, pero con casco se asomó a mí y me asaltó. Perdí mi celular y billetera.

Sólo vino a mi mente la frase 'obra de formas misteriosas'.

viernes, febrero 15, 2013

Soy una persona...

...buena, que vive noticias malas, experiencias trágicas, momentos tristes y ratos desagradables entre espacios alegres, tiempos libres, situaciones felices e instantes amorosos. La vida es parte de la muerte y la muerte es parte de la vida. 

domingo, febrero 03, 2013

Incapacidad.

De escribir sobre lo que se quiere, siendo libre de prosar (sí, acabo de conjugar 'prosa') sobre lo que uno desee.

Y repito que no son secretos, son confidencias. Pero dan ganas de escribir sobre eso. Fin.

lunes, enero 14, 2013

Cuento: "Navegante" (Segunda Narración)

En puerto real, la tormenta había dejado escombros en cada rincón, escombros físicos y psicológicos en todo el pueblo, un pueblo antes espléndido ahora se basaba en tristeza y llanto.

Hice lo posible para acercarme a la costa y ayudar a la muchacha a bajar de mi bote, quien me hizo prometer regresar por ella, para navegar lejos. Le dije que haría lo posible, pero también le mencioné que tenía trabajo y demás cosas qué hacer para ganarme la vida. Se lo dije con ese tono de 'quiero quedarme contigo, pero perdí la pasión de vivir'. Y al voltear a verla, noté que sus ojos tenían esa incandescencia que no observaba en mí desde hace varios meses, la vi con las manos apretadas, como con furia, y su voz, que con un tono quijotesco de convicción y pureza rayando en locura, me dijo '¿Acaso no tienes ya la vida, por qué debes ganártela?'.

Me quedé con muchas palabras por decir, pero totalmente desarticuladas, sin sentido gramatical posible de ordenar, pero completamente lleno de sentido en mi mente. Me despedí besando su mano izquierda, a nivel del hueso navicular (o escafoides), rozando el lunate y sosteniendo el pisiforme. No dije más.

De regreso, noté los restos de los naufragios, que estaban esparcidos o desaparecidos o rotos.

Continué pensando en esa frase, ya tenía la vida... Llegué al muelle de mi casa, o mejor dicho, no llegué al muelle de mi casa, debido a que la tormenta lo había hundido todo. Tomé un vaso de ron y me dormí sin pensar en nada más, ya estaba dicho, regresaría a puerto real y me iría con la muchacha a pescar, estaría con ella y conocería nuevas aguas para encontrar peces. Y así fue.

Su nombre era Sara, sabía que amaba el mar, el viento, la sal, y en algún punto, amaba los pies descalzos sobre playas arenosas. Uno de esos espíritus libres que irradia amor a la vida. Fue por ella que aprendí a disfrutar de todo lo que una sola persona tiene para ofrecer, más allá de riquezas y conocimientos, me ofreció ese algo que no se puede (o no puedo yo) plasmar en esta burda redacción, ese algo que se vive pero no se explica (y por lo tanto, no pidan explicaciones).

Pasamos casi un año viajando, cada día más lejos, tan lejos... que terminamos en un paraje extraviado en el fin del mundo, a día y medio de navegar, un pueblo recóndito, insípido, ignorante, atrasado... pero tan cálido que me sentí en un hogar. Esa noche los habitantes nos recibieron como regalos del cielo, con su rústico español nos dieron la bienvenida, nos ofrecieron alimentos, alegría y comodidad. Al amanecer del siguiente día, yo permanecía con Sara, sentados en la playa, sin hablarnos... abrazados vimos los miles de destellos que el mar reflejaba desde un Sol inmaduro que terminaba de cortejar a la Luna, y nos daba un espectáculo natural bellísimo. Nosotros nos observábamos, nos decíamos todo con las miradas, con los labios, pero ninguno de los dos nos atrevimos a nada más. Nos enamorábamos en silencio y con ese miedo de el amor puro... desde ese instante nos dejamos de hablar.

Pasado un día navegando de regreso a puerto real, la tensión continuaba, nuestras bocas permanecían silenciosas, nuestras miradas eufóricas, tan cercanos, pero tan lejos el uno del otro.

Al fin llegamos a puerto real, no amarré mi bote, sólo lo detuve, me dirigí hacia Sara, la tomé de las manos, la vi a los ojos, me acerqué a ella, así fue como sus ojos se cerraron, se aceleró su respiración, zafó sus manos de las mías, acaricié su rostro y en ese momento, en ese momento tan cercano, ella volteó, saltó al muelle y corrió lejos.

Volví a casa y dormí sin más qué pensar que en ella.

Desperté con el mismo pensamiento (ella), me apresuré a navegar hacia puerto real, la esperé hasta media noche, regresé a casa y dormí sin más qué pensar que en ella. Y esto se repetía cada día, su ausencia y mi dedicación. Ella había desaparecido y yo parecía desaparecer también.

lunes, enero 07, 2013

Cuento: "Navegante" (Primera Narración)

En una antigua tierra regida por una monarquía exquisita en amor y justicia, vivía un joven navegante, principiante e inexperto en la materia, pero lleno de entusiasmo por la vida en el mar. Vivía de la pesca día a día, a pesar de los malos días y a pesar de los pésimos, y aunque no lo crean, a pesar de los días que ni pescaba. Esto, porque en sus ratos libres transportaba personas de puerto en puerto, de playa en playa y de costa en costa, o bien, de playa a costa, o de costa a puerto, o de puerto a playa, y así todas las posibilidades este navegante se las manejaba.

Y fue este ocio cual oficio el que lo llevó a vivir la historia que estoy a punto de narrar.

Después de casi dos semanas de mala pesca, el navegante decidió quedarse en el puerto en que solía dejar su bote en lugar de salir a pescar. No pensaba en hacer negocio ese día, simplemente quería descansar su mente de toda la mala fortuna salitrosa que había vivido en los últimos días. Se quedó meditando y pensando en sus difuntos padres, recordando su infancia y haciendo las cuentas sobre los gastos por hacer, la comida, la ropa, el ron, la música, y todo eso que necesita un navegante para vivir. Esa misma tarde, cuando el Sol incendiaba las nubes, en ese momento en que el navegante terminaba de divagar en su mente, en el momento en que el mar se torna rojo y la marea parece eterna, en ese momento llegó un cliente.

Una muchacha aparentemente pobre, con ropas enlodadas hasta por la superficie interna, me atrevería a decir que tenía lodo hasta debajo de la lengua, pero mejor no, no me atrevo a afirmar eso. Una muchacha de ojos negros, cabellos aún más negros, piel bronceada, aunque, se notaba, sumamente delicada, además de estar aún más enlodada que sus ropas. Esta muchacha, agitada se me acercó con un aire de desesperación y pena.

- ¡Lléveme a puerto real!
- Buenas tardes señorita, no estoy llevando gente, pregunte a otro bote.
- No hay más botes.

Volteé a mi alrededor, y en efecto, era el único navegante con bote amarrado a muelle, al parecer, una gran tormenta se avecinaba y todos habían amarrado en muelles más seguros, pero yo estaba entretenido en mi romanticismo del ocaso de mi vida, digo, de ese día y jamás noté la tormenta acercándose. De cualquier modo, accedí a llevar a la muchacha a puerto real, ya que ofrecía pagarme bien, y personalmente no me importaba qué fuera a hacer al puerto de la ciudadela real, la paga era buena y no tenía nada mejor qué hacer.

Después de 5 minutos de viaje, era evidente que la muchacha jamás había subido a un bote, sentido la brisa marina ni dormido en al menos tres días. Puerto real quedaba a una hora navegando a través del estrecho, que en tiempo normal es completamente inocuo para todos, pero con la tormenta que arreciaba a cada segundo, nuestras vidas se veían en gran peligro. La joven muchacha, aunque quizá no más joven que yo, yacía profundamente dormida, inconsciente, casi en estado comatoso en la cubierta (claro, como si fuera un navío gigantesco) de mi bote. Decidí amarrar en un puerto privado, esperando que los señores de la casa nos proveyeran cobijo y calor para pasar la tormenta.

Anclé el bote, lo dejé en manos de Dios, desperté a la muchacha y nos dirigimos al pórtico de la casa, que por cierto era sumamente elegante, aunque notoriamente descuidada, y peor aún (o tal vez, mejor aún) deshabitada, al menos por esa noche. Entramos sin permiso, encendimos la leña de la chimenea, tomamos prestados unos abrigos y pasamos la noche. (Y disculpen mi abuso de párrafos cortos)

Hablamos y hablamos toda esa noche, mientras la tormenta inundaba la bahía, botaba palmeras y azotaba la casa, nosotros conversábamos, o más bien, yo narraba viajes y ella escuchaba cual nieta de 4 años cautivada por las historias del abuelo. Nos conectamos como si fuéramos viejos amigos de franca amistad. Sin embargo, nunca pregunté su nombre, su edad, su procedencia ni sus motivos, pero lo que sí llegué a saber con exactitud, certeza y plenitud es que ella quería saber del mundo, quería navegar más, quería vivir lejos, sentir nuevas formas de libertad, conocer parajes y horizontes, puestas de Sol y Lunas a medianoche.

A la mañana siguiente había pasado el bramido de la naturaleza hecho tormenta, salimos y todo parecía nuevo, el bote seguía amarrado, aunque parte del muelle ya no existía en ese mismo espacio. Incluso la casa parecía más limpia. En fin, al estar desamarrando el bote y buscar posibles daños, noté que la muchacha dejó una nota y monedas en el buzón, supongo que a modo de agradecimiento anónimo por la estadía y resguardo esa noche.

Zarpamos a puerto real.