martes, febrero 15, 2022

Anécdota: "La Soledad".

Éramos jóvenes en esa época, somos jóvenes, pero en ese entonces no nos concebíamos como tales a nosotros mismos. Un gran amigo de senderos y batallas me guiaría, en unas horas, por los caminos de tierra y bosque, ascender un antiguo volcán me daba la ilusión de alegría y hasta nostalgia mística. 

Repasaba con ahínco las instruciones aprendidas para empacar recursos, alimentos y equipo en mi mochila. Un proceso meticuloso de bolsas, cremalleras, conteos y listados que culminan usualmente en una certeza imposible de completar. Una duda nerviosa donde se evidencia el poco alcance que tiene la materia, solo la mente y las emociones se extienden en el tiempo y tratan de formar predicciones par las cuales estar preparados. 

Yo conduje hasta esa peculiar aldea: La Soledad. Animados por la alegría de un ascenso nos gozamos una ruta larga y amena que lentamente se nublaba de chubascos premonitorios de lo que vendría. Era un presagio que años después me retumba en el tórax y me recuerda la minúscula resistencia y poder que uno almacena con la mundana vida urbana pero que me sigue inspirando a prepararse, fortalecerse, acuerparse de aliados y de poder.

La tarde oscurecía y prontamente las primeras gotas saludaron desde los cielos, caían como flotando relajadas pero indetenibles. Nos despedíamos del Sol. La caminata daba inicio en el ruidoso silencio que nace al llover. El más cansado anochecer cuesta arriba y las interminables pero hermosas horas de pasear a oscuras, mojado y sonriente hacia una cumbre que también se erguía hacia adentro de uno.

En la primera hora perdimos todo rastro del astro mayor y ya se habían formado corrientes de agua atravesando las plantaciones y entrando a través los pliegues de las botas y los ruedos del pantalón, arrastrando ramas y lodo. Sacamos las capas de nailon y continuamos gustosos la travesía con el recibimiento del agua bendita. 

Adentramos nuestros instintos en el espesor boscoso y atrás nos observaban, distantes, las luces pueblerinas. Vapor se condensaba con cada exhalación iluminada por la blancura de la luz artificial que llevábamos en nuestras frentes. Las capas escurrían chorros de agua y se acompasaba la lluvia con el coro de insectos indefinidos alabando la noche, mientras los sonidos urbanos se hacían cada vez más lejanos.

Conforme subíamos, el sudor nos mojaba desde adentro hasta que parecía inútil tener una capa encima, ya todo estaba mojado a profundidad, no descansamos en ningún momento, no hubo miradores, ni bocadillos, ningún techo seco, solo maleza, lodo y agua inagotable. Todo iba lentamente fatigando las fibras del cuerpo, se inflaman los hombros y las rodillas, la piel se arruga y se respira por la boca. Íbamos ya sin palabras poco más de la mitad del recorrido. 

Una mezcla inexplicable de calor intenso junto al frío gravísimo se apoderaba de la piel y los órganos internos, aún manteníamos la esperanza del cese de aquella lluvia ligera pero incansable. Cada metro hacia arriba aligeraba el grosor de cada gota, eso nos esperanzaba. Pero los árboles empezaron a escasear y así fue mermando la protección contra el viento, cada metro hacia arriba traía más frío y más ventisca, cada vez más veloz.

Llegamos a un área mística, nublada, nebulosa, neblina gris tupida y densa, casi libre de lluvia pero inmensamente más húmeda, nos mojamos el alma, estábamos atravesando las nubes que nos acompañaron desde las faldas. Finalmente superamos el techo de las nubes y la lluvia desapareció, y junto con ella, los árboles. Todo se hizo matorrales brillantes y hermosos, el lodo terminaba y ya solo nos acompañaba el canto silbador del viento crudo y aplastante que nos hundía más. 

El cuerpo molido ya solo se movía por la voluntad, pero ese viento terminó de erosionar la última resistencia mental. 

Hay un alivio doloroso en el que se monta la tienda para acampar, una incómoda impaciencia intenta apoderarse de uno pero no hay que dejarla en control. Poco más de una hora antes de la medianoche logramos secar nuestra piel, abrigarnos y dormir. 

Una semana agripado, dolorido y sin querer saber nada sel tema. Pero años después sigo sacándole provecho y siguen derivando enseñanzas de aquella caminata de poder.