martes, septiembre 29, 2020

Cuento: "Tornasol".

Esa tarde el cielo presentaba un traje gris tornasol con una mancha violeta, como flor del bolsillo. El cielo lloró algunas lágrimas y en minutos también las secó de su espejo.

Yo terminaba la jornada matutina del sábado: la rutina tan querida pero tan llena de altibajos y piruetas. También derramé unas lágrimas y me ceñí un pañuelo violeta en la cabeza.

Me gusta usar una camisa holgada, botas y pantaloncillos de lona, la maleta a hombros que mi hermano me obsequió espontáneamente, y una octava parte de aguardiente antes de salir a pasar un rato al monte, parte de la rutina que mencioné. 

El aguardiente es el reflejo de las lágrimas.

Recordé el dicho de mi querido ángel flameante y leónico: respiración consciente. Junto a ese recuerdo, mi cuerpo aplicó la memoria, de un libro leído tiempo atrás, y curvó los dedos de los pies y se agarró al mundo.

Tradicionalmente, quizá culturalmente, dejé mis pertenencias y solo escondí, entre mi calcetín y planta derecha del pie, cinco quetzales de emergencia para un bus de regreso a casa. En la maleta a hombros había tres bolsas plásticas, dos de agua pura y una agua impura o ardiente. Una cajita de madera. Mucho papel higiénico. Un trozo de polímero sintético termoformado a modo de capa contra la lluvía.  Había una libreta y un lápiz con el borrador mordido. Otros cinco quetzales. Un pequeño llavero de metal hueco, con forma de huevo caricaturizado con dos ojos y una sonrisa. 

Los infortunios y las eufirias del camino de ocho kilometros hasta el nacimiento de agua y las piedras enormes es despreciable a excepción de este resumen: mucha lluvia y muchos pasos.

Al llegar al nacimiento hice lo que suelo hacer en esos casos: descalzarme primero que todo, beber la bolsita con agua y llenarla nuevamente con agua del nacimiento, destapar el huevo metálico para sacar y prender el puro, y parar un rato el diálogo interno.

Antes de irme, ejecutar el único acto lejano a la rutina, aunque quizá el más natural de todos los actos de la vida: secar las lágrimas con papel higiénico, desanudar el pañuelo violeta, guardar un minuto de silencio y enterrar al pie de una enorme roca la cajita de madera, cofre de la pequeña ave que acompañó por años mi rutina.

Vi un destello tornasol.