domingo, agosto 07, 2022

Cuento:"Esporas y polen".

Este es un transcrito que encontré hace unos días y dejo esta entrada en medio del pánico que representa su hallazgo y su veracidad. 

Biotopo protegido, Petén, Guatemala

Mis circunstancias me limitan, y escribir el siguiente relato es el último acto que podré ejecutar. Es un detalle de sucesos, así como una memoria de lo que está por venir. Sean prudentes y terminen la lectura hasta el último punto, ya que su vida jamás será igual al concluir el texto.

En mi labor como odontólogo he asistido a innumerables comunidades para atender personas en sitios remotos y fui llamado con urgencia a este territorio para proveer alivio a un padecimiento que estaba dañando la dentadura de los trabajadores del lugar.

Este sitio es una reserva privada para protección e investigación de la flora y su conservación, se me informó que el proyecto principal consistía en la creación de un bosque productor de alimentos en un sitio arrasado por un antiguo intento de minería; entre los trabajadores había profesionales devotos que llevaban varios años en el área.

Durante las llamadas telefónicas solicitando mi ayuda, se me informó que había lesiones en boca que impedían comer, que se financiaría todo mi transporte, viáticos y honorarios por adelantado, ya que la forma de llegar era muy compleja y que iba a requerir varias horas de caminata en medio de la selva, pero que iba a recibir un acompañamiento desde la ciudad capital hasta San Benito Petén, donde otro transporte me conduciría hacia el inicio de los senderos, donde un grupo de trabajadores me acompañaría con mi equipo hasta la base de operaciones de la reserva, lugar en el que ya habría un área para instalar el consultorio móvil y ubicar mi estadía por una semana.

Desde la ciudad el viaje fue estándar pero llegamos entrada la noche a San Benito, por lo que dormí todo el camino de noche desde San Benito hasta la entrada a la reserva en donde me despertó el amanecer, «en diez llegamos» me dijeron. 

Esperamos  durante una hora al personal de la reserva que me recibiría pero nunca llegaron por mí; el piloto me ofreció regresar a San Benito con él, pero la fuerza del compromiso por el dinero ya recibido me motivó a cargar todo por mi cuenta y seguir por en solitario el sendero relativamente claro, «ahí no hay pierde si sigue la ruta, pero se va cansar con todo eso, cuídese, buen día» fueron las últimas palabras que escuché. No tenía electricidad ni comunicación.

Una buena caminata en una reserva era una idea hermosa que me ilusionó bastante, llevaba lo suficiente y tardé 7 horas en llegar a un enorme montículo con muestras de una rústica urbanidad. No había cables ni torres ni antenas. La ruta era clarísima pero la carga fue dura, calculo que recorrí entre 12 a 15 kilómetros entre la selva caliente. Por momentos el pánico de hallarme perdido me atrapaba, la ansiedad que genera lo desconocido en soledad acechaba mi mente y corazón. 

Poco antes de las 15 hrs llegué a un inmueble sencillo, las puertas estaban cerradas y había cinta amarilla indicando restricción para su ingreso. Los sonidos que abundaban tenían poca relación con la humanidad, había alaridos y zumbidos pero entre todo resaltaba un familiar sonido motorizado: quizá un compresor de aire, quizá un generador eléctrico o una bomba para agua. Superando una prudente espera, después de haber amontonado mis pertenencias frente a la puerta, decidí acercarme al sonido motorizado.

El terror hondo y el miedo material recorrieron mis vísceras: a través de la ventana vi cuatro cuerpos humanos de los que emergían estructuras fálicas con sensación vegetal. Emergían desde su boca, como obeliscos blancos, polvosos, que se adelgazaban hasta terminar en una redondez de la que manaba una ligera brisa blanquecina, opaca. Escuché un balbuceo cercano, una boca llena intentaba pronunciar mi nombre, el motor lejano se detuvo y pude ubicar la voz. 

Una joven bióloga explicó precariamente la situación, la vi morir frente a mis ojos y conforme pasaron los días, también salió de su boca un cuerpo reproductor, un micelio aéreo.

Escribo esto porque he llegado a mis últimos días. Siento crecer dentro de mí al hongo y debo saltarme los detalles de mi relato, debo adelantarme en mi narración, presiento mi fin, es indispensable que deje por escrito los detalles que me informó la bióloga:

Se estudiaba la red subterránea de micelios de la región para poder planificar el crecimiento de un bosque de alimentos resiliente a incendios y a la falta prolongada de luz solar. Se descubrieron organelos únicos que modificaban a voluntad el material genético de las hifas fúngicas, que adaptaba su metabolismo para mantenerse vivo pero también para 'conservar' la diversidad biológica de moléculas orgánicas del suelo y la 'suspención reversible' de los procesos vitales de otros organismos y semillas presentes. 

Lesiones bucales aparecieron en todos los empleados y en un periodo de 10 días aparecieron signos psiquiátricos y parálisis corporal. Nadie pudo avisarme y pocos pudieron mantener la agudeza cognitiva para registrar los sucesos. Se sospecha que el hongo ha tomado control del cuerpo y mente humanos. 

He podido recolectar todos los datos en el disco duro que dejo con esta libreta. Toda instalación está sellada ya pero sospecho que la espora ha viajado ya muy lejos en el bosque y este hallazgo debe tomarse como confirmación de infección. 

El hongo ha paralizado ya casi todo mi cuerpo y mi mente recibe desde hace días el incesante diálogo de la mente fúngica. Me habla de soluciones, me habla del cosmos y me habla de la interconexión que tenemos. Su postura es impecable y es un organismo ancestral y con suprema inteligencia. Mi deceso es voluntario.

Solo debo advertir que no es así para todos, y que muchas de estas personas, ya incorporadas al micelio, sufrieron enormemente. Ya no sé distinguir si estas palabras son mías o son el hongo. Pero debo admitir que es un hermoso pánico sentir de esta forma la biósfera y sentirse extendido y libre. 

El hongo planea extenderse y casi toda forma de vida está interesada en colaborar con el micelio. El avance es inevitable y al colectivo humano se le presenta la decisión de incorporarse, renunciado a la propia humanidad, o a alienarse y escapar del planeta.

martes, febrero 15, 2022

Anécdota: "La Soledad".

Éramos jóvenes en esa época, somos jóvenes, pero en ese entonces no nos concebíamos como tales a nosotros mismos. Un gran amigo de senderos y batallas me guiaría, en unas horas, por los caminos de tierra y bosque, ascender un antiguo volcán me daba la ilusión de alegría y hasta nostalgia mística. 

Repasaba con ahínco las instruciones aprendidas para empacar recursos, alimentos y equipo en mi mochila. Un proceso meticuloso de bolsas, cremalleras, conteos y listados que culminan usualmente en una certeza imposible de completar. Una duda nerviosa donde se evidencia el poco alcance que tiene la materia, solo la mente y las emociones se extienden en el tiempo y tratan de formar predicciones par las cuales estar preparados. 

Yo conduje hasta esa peculiar aldea: La Soledad. Animados por la alegría de un ascenso nos gozamos una ruta larga y amena que lentamente se nublaba de chubascos premonitorios de lo que vendría. Era un presagio que años después me retumba en el tórax y me recuerda la minúscula resistencia y poder que uno almacena con la mundana vida urbana pero que me sigue inspirando a prepararse, fortalecerse, acuerparse de aliados y de poder.

La tarde oscurecía y prontamente las primeras gotas saludaron desde los cielos, caían como flotando relajadas pero indetenibles. Nos despedíamos del Sol. La caminata daba inicio en el ruidoso silencio que nace al llover. El más cansado anochecer cuesta arriba y las interminables pero hermosas horas de pasear a oscuras, mojado y sonriente hacia una cumbre que también se erguía hacia adentro de uno.

En la primera hora perdimos todo rastro del astro mayor y ya se habían formado corrientes de agua atravesando las plantaciones y entrando a través los pliegues de las botas y los ruedos del pantalón, arrastrando ramas y lodo. Sacamos las capas de nailon y continuamos gustosos la travesía con el recibimiento del agua bendita. 

Adentramos nuestros instintos en el espesor boscoso y atrás nos observaban, distantes, las luces pueblerinas. Vapor se condensaba con cada exhalación iluminada por la blancura de la luz artificial que llevábamos en nuestras frentes. Las capas escurrían chorros de agua y se acompasaba la lluvia con el coro de insectos indefinidos alabando la noche, mientras los sonidos urbanos se hacían cada vez más lejanos.

Conforme subíamos, el sudor nos mojaba desde adentro hasta que parecía inútil tener una capa encima, ya todo estaba mojado a profundidad, no descansamos en ningún momento, no hubo miradores, ni bocadillos, ningún techo seco, solo maleza, lodo y agua inagotable. Todo iba lentamente fatigando las fibras del cuerpo, se inflaman los hombros y las rodillas, la piel se arruga y se respira por la boca. Íbamos ya sin palabras poco más de la mitad del recorrido. 

Una mezcla inexplicable de calor intenso junto al frío gravísimo se apoderaba de la piel y los órganos internos, aún manteníamos la esperanza del cese de aquella lluvia ligera pero incansable. Cada metro hacia arriba aligeraba el grosor de cada gota, eso nos esperanzaba. Pero los árboles empezaron a escasear y así fue mermando la protección contra el viento, cada metro hacia arriba traía más frío y más ventisca, cada vez más veloz.

Llegamos a un área mística, nublada, nebulosa, neblina gris tupida y densa, casi libre de lluvia pero inmensamente más húmeda, nos mojamos el alma, estábamos atravesando las nubes que nos acompañaron desde las faldas. Finalmente superamos el techo de las nubes y la lluvia desapareció, y junto con ella, los árboles. Todo se hizo matorrales brillantes y hermosos, el lodo terminaba y ya solo nos acompañaba el canto silbador del viento crudo y aplastante que nos hundía más. 

El cuerpo molido ya solo se movía por la voluntad, pero ese viento terminó de erosionar la última resistencia mental. 

Hay un alivio doloroso en el que se monta la tienda para acampar, una incómoda impaciencia intenta apoderarse de uno pero no hay que dejarla en control. Poco más de una hora antes de la medianoche logramos secar nuestra piel, abrigarnos y dormir. 

Una semana agripado, dolorido y sin querer saber nada sel tema. Pero años después sigo sacándole provecho y siguen derivando enseñanzas de aquella caminata de poder.

lunes, octubre 11, 2021

Texto: "Duelo y luto".

La noche ya había llegado, unas horas atrás se agrietaba el cielo y escurrían sus colores escapando rápidamente hacia otros husos, se había escondido la luz principal de esa bóveda antes tan clara y celeste, ahora oscura y honda.

El aire frío impregnado con esencia a tierra y musgo inundó de golpe mi cuerpo, salí pronto del edificio para apurar el paso, un pie tras otro, un milagro del ritmo y la sincronía de cartílagos, tendones, tuberías y carnes y huesos. A caminar a casa bajo una discreta pero exhaustiva mezcla de neblina y viento, la más fina lluvia puede aplastarlo a uno dado el suficiente tiempo.

Cuarenta minutos de locomoción, un cielo que se ennegrecía aún más, capas y capas de nubes como oscuridad material obstruyendo estrellas, una lluvia que empapaba los pelos de las cejas y los antebrazos, y una capa gruesa fluida crecía con cada gota de sudor sobre la piel del pecho y la espalda. Punzante convergencia del calor interno chocando contra el enfriamiento externo.
Sombras, humedad, hastío.

Entré a casa sin la consciencia de lo que crecía en mi interior, abriéndose brecha, equivocado con el frío y el agua de la noche negra.

Me senté entre humos y luz tibia a estallar en llanto creciente y desconsolado, reminiscencia de otras vidas, dolorido como no ocurría desde la niñez.
Ya no están, han partido a otros planos, lupus, gallus. 

Adiós.

miércoles, julio 21, 2021

Cuento: “Encuentro”.

Durante el camino hay un pequeño tramo, una curva que asciende de oeste a norte. En las noches es una callecita oscura, sin alumbrado público, ni pavimento. En el suelo hay rocas, arcilla y un área que parece tener cientos de pañales enterrados que sobresalen cuando llueve. En el límite cóncavo hay una propiedad igualmente oscura, de ladrillo, lámina y barro. Tiene un bosque de pinos cerca y abundantes matorrales en su extensión, densos, húmedos y negros. 

Una madrugada, corriendo, crucé por ese tramo del camino. Eran pasadas las cuatro de la madrugada, un cielo nublado y la Luna ausente. Todo oscuridad. 

Mi cuerpo inició una reacción conocida de temor, nerviosismo, vibración y excitación. Aumentó la claridad de mi visión, electricidad recorría toda mi piel y podía sentir los cabellos de punta. Continuaba corriendo en ascenso pero mi respiración y latidos solo respondían al miedo creciendo sin nombre, sin explicación más que ingresar a tal oscuridad del sendero.

La mente seguía serena.

Con mi vista periférica alcancé a ver una silueta que bien asemejaba a la estructura de un perro pero igualmente podría haber sido un gato o una enorme rata o una cabra... no tenía pelo, lo que veía me parecía ser piel, clara y con apariencia dorada muy tenue. Corría a mi izquierda, ligeramente más veloz que yo, lo vi acercarse pero me resistí a voltear a ver. Uno, dos, tres, cuatro pasos y la sentía encima, volteé vista y cuerpo, y me detuve en seco.

No había nada.

miércoles, enero 27, 2021

Cuento: "Chasquido en el ensueño".

 Un instante duró el trance, la realidad alrededor se descompuso instantáneamente, toda sombra y toda luz adoptaron un orden alternativo que he podido observar unas pocas ocasiones en el transcurrir de mi vida. La consciencia recibe hondas cantidades de información interior y exterior en un momento veloz.

Todo comenzó a reordenarse, todo se volvió lento de nuevo, y volví a ver la luz de la Luna como tal, los árboles, el río y el puente. No tuve ni tiempo de perder el equilibrio.

Llegó a mi mente la imagen oscura de un boxeador pardo de guantes marrones, una melodía temeraria pero triste y desenamorada, un olor a manía o a quemado, recuerdo claramente que así olía mi padre. 

Dos pasos más y el corazón burbujeaba de emociones libres de explicación idiomática, yo tenía la certeza que eran reacción de la información que el trance trajo, pero eran irrastreables e incomparables. Un llanto a medias que sacudía con la risa y la calma sumergida entre la dicotomía de seguir caminando o quedarme quieto.

Dos pasos más después y todo se desintegró igual que como vino, paroxístico. Un chasquido.

martes, septiembre 29, 2020

Cuento: "Tornasol".

Esa tarde el cielo presentaba un traje gris tornasol con una mancha violeta, como flor del bolsillo. El cielo lloró algunas lágrimas y en minutos también las secó de su espejo.

Yo terminaba la jornada matutina del sábado: la rutina tan querida pero tan llena de altibajos y piruetas. También derramé unas lágrimas y me ceñí un pañuelo violeta en la cabeza.

Me gusta usar una camisa holgada, botas y pantaloncillos de lona, la maleta a hombros que mi hermano me obsequió espontáneamente, y una octava parte de aguardiente antes de salir a pasar un rato al monte, parte de la rutina que mencioné. 

El aguardiente es el reflejo de las lágrimas.

Recordé el dicho de mi querido ángel flameante y leónico: respiración consciente. Junto a ese recuerdo, mi cuerpo aplicó la memoria, de un libro leído tiempo atrás, y curvó los dedos de los pies y se agarró al mundo.

Tradicionalmente, quizá culturalmente, dejé mis pertenencias y solo escondí, entre mi calcetín y planta derecha del pie, cinco quetzales de emergencia para un bus de regreso a casa. En la maleta a hombros había tres bolsas plásticas, dos de agua pura y una agua impura o ardiente. Una cajita de madera. Mucho papel higiénico. Un trozo de polímero sintético termoformado a modo de capa contra la lluvía.  Había una libreta y un lápiz con el borrador mordido. Otros cinco quetzales. Un pequeño llavero de metal hueco, con forma de huevo caricaturizado con dos ojos y una sonrisa. 

Los infortunios y las eufirias del camino de ocho kilometros hasta el nacimiento de agua y las piedras enormes es despreciable a excepción de este resumen: mucha lluvia y muchos pasos.

Al llegar al nacimiento hice lo que suelo hacer en esos casos: descalzarme primero que todo, beber la bolsita con agua y llenarla nuevamente con agua del nacimiento, destapar el huevo metálico para sacar y prender el puro, y parar un rato el diálogo interno.

Antes de irme, ejecutar el único acto lejano a la rutina, aunque quizá el más natural de todos los actos de la vida: secar las lágrimas con papel higiénico, desanudar el pañuelo violeta, guardar un minuto de silencio y enterrar al pie de una enorme roca la cajita de madera, cofre de la pequeña ave que acompañó por años mi rutina.

Vi un destello tornasol.

martes, junio 09, 2020

Traduccción: "El mensaje más importante que Terence McKenna le dejó al mundo".

«Al llegar a la dosis psicodélica de estos hongos, se adquiere una cualidad importante, de hecho, la cualidad de importancia central para mi argumento, que cualquiera de ustedes que haya tomado hongos ha experimentado por usted mismo, y es algo que llamo la disolución de barreras, y acá está la noción en resumen:

Cuando miras atrás en la filogenia de los primates, exactamente atrás están los monos ardillas, y ese tipo de animales mantenía algo llamado jerarquías de dominación masculina; hay comúnmente un macho alfa quien, usando la fuerza bruta, toma a la hembra más deseable bajo su dominio y envía a sus subordinados machos hacia el resto de las hembras

Y así es como estas sociedades de monos se ordenaban a sí mismas.

Ahora, a causa que la psilocibina de los hongos disuelve las barreras, y debido a que la conciencia del ego, que es necesaria para estas jerarquías de dominación, cuya esencia es la definición de barreras, lo que estoy sugiriendo en mi libro es que uno se automedicaba para llegar a un estado de igualdad de género y comunidad, consciente o inconscientemente, este insumo en nuestra dieta suprimirá el ego y por lo tanto suprimirá estados de jerarquía de dominación. 

Esto quiere decir que el momentum que tenía la evolución humana fue interrumpido durante un periodo entre, ¿quién sabe? escojan un número entre 15 a 50 mil años, que terminaría hace unos 10 mil años, realmente vivimos en un paraíso, donde los humanos estaban en equilibrio y balance con la Tierra, donde hombres y mujeres estaban en balance con cada uno y, debí mencionarlo, esta excitación sexual que acarrea el consumo de hongos, promovió un estado de orgía probablemente en luna nueva y luna llena, en la que básicamente todos saltaban sobre los huesos de otros, y la consecuencia inevitable como un estilo social, haría imposible a los hombres rastrear las líneas de sangre masculina y paternidad, y esto es muy importante: en las sociedades que practican orgías, no hay espacio para el concepto masculino de “mis hijos”, solamente queda espacio para el concepto tribal de “nuestros hijos”, es decir la comunidad, el grupo. Así que la lealtad masculina se orienta hacia el grupo. Y esto es importante porque cuando un hombre descubre la paternidad masculina, también descubre la propiedad de territorios, fuentes de comida, mujeres, ustedes nómbrelo. Y esto tiende a retroalimentar la formación de la estructura del ego.

Y eso creo que fue la era de oro de la humanidad, que todos esperábamos y nos atraía la nostalgia del paraíso, y es debido a que somos víctimas de una caída del paraíso. Lo que sucedió es que las vastas planicies de África, tan necesarias para la ecología del hongo, y por lo tanto necesarias para mantener esta simbiosis en el paraíso, eventualmente se secó, el Sahara se hizo un desierto, esta gente fue forzada fuera de África hacia el antiguo oriente medio y caímos en la Historia. Y acá es cuando nació la agricultura, la cual requiere estar en un solo lugar, cuidar los cultivos, y defender el perímetro de estos éxitos esfuerzos de agricultura, es el final del nomadismo, el nacimiento de ciudades, significa la creación a través de la llegada de los excesos, de clases de aquellos que tienen y no tienen, se crearon los reinados se crearon las necesidades de ejércitos, y es posible notar la tendencia, todas las instituciones que asociamos a la opresión masculina, jerarquía, dominancia entraron en juego en este punto, y no quiero tomarme mucho tiempo en esto, pero en resumen, esta situación fue la situación en la que llegamos a nacer y en la que llegamos a la consciencia, la situación paradisiaca de comunidad de género, en la que luego nos disolvimos y regresamos al antiguo método primate de dominancia y jerarquía, cuando el hongo no está disponible, regresamos a nuestros estilos primates, y hemos estado practicando esos métodos primates mientras llegábamos a secuenciar el genoma humano, la exploración del sistema solar, y el corazón de la materia, lo hicimos desde una perspectiva psicológica enferma. 


Ahora, la pregunta sobre las drogas ¿por qué, como especie, estamos tan obsesionados y somos tan susceptibles a la adicción a tantas cosas. Hay algunos animales que caerán en compuestos como las frutas fermentadas, pero somos los únicos que somos adictos a docenas de substancias y comportamientos. Creo que podemos hacer una analogía: una persona que fue abusada o traumatizada en su niñez, la humanidad y su historia ha vivido a la luz de este escenario, la traumática separación de nuestra conexión dentro de la totalidad orgánica de la matriz planetaria de la diosa madre Gaia, la cual era la piedra angular de la experiencia psicodélica durante el alto paleolítico.


En otras palabras, el mundo de alucinación y visiones a los que el hongo lleva, no es la consciencia privada, o la arquitectura neurológica personal, sino que es, en cambio, un tipo de intelecto, une tipo de ser, un tipo de mente-Gaia, para las mentes paleolíticas, era la gran diosa. Una vez te separas de esta matriz de significado, lo que James Joyce llamaba la más misteriosa matriz maternal, una vez te separas de eso, no te queda más que racionalismo, la dominación masculina, y el ego masculino, para guiarte en este mundo. Lo que nos ha conducido a esta sociedad de pesadilla y laberintos de civilización tecnológica, sobreproblación, clasismo, sexismo, racismo, propaganda, etcétera, todas las enfermedades de la modernidad. Así escribí este libro, para que podamos, como sociedad, importar, casi como un caballo de troya, la idea que estas plantas y compuestos psicodélicos, no son aberraciones, no son patologías, no son un pensamiento menor de posibilidades en que solo algún anormal y raro podría verse involucrado, sino que son, de hecho, el catalizador que apela a la humanidad naciente de la naturaleza humana.

Y si pudiéramos entretenernos de estas ideas, podríamos cambiar el pensamiento preconcebido sobre las sociedades primitivas, chamanismo, la experiencia psicodélica, esfuerzos sociales para controlar y erradicar estas substancias.

Creo que estamos en una carrera, en este planea, entre educación y desastre, es el momentum del ego el que nos amenaza ser lanzados por el borde del precipicio hacia el armagedón: hambruna, sobrepoblación, adiós a los valores democráticos, vamos a vivir en una colonia orweliana si no cambiamos nuestras mentes, debemos cambiar nuestras mentes. Lo antes posible, no estoy hablando de un programa de quinientos años que lentamente ponga las cosas a favor. Tenemos, creo, menos de 30 años, para llegar a términos saludables con la disolución de la capa de ozono, la toxificación de los océanos, el efecto invernadero, el esparcimiento de enfermedades epidémicas, el levantamiento del fascismo, el imparable mercado libre para canjear productos en cada esquina del planeta; debemos cambiar nuestra mente. 

Tenemos que acudir a las antiguas plantas y prácticas chamánicas, que les permitieron a nuestros ancestros remotos llegar a un buenos términos sobre el misterio de existir, y su situación en este planeta y su relación con el resto de la naturaleza.

Es importante, en este tiempo, elevar este argumento, lo más claro posible, lanzar la idea en la sociedad, y permitir que se eleven los argumentos y los debates. Y podrías pensar que estoy proponiendo volar por los cielos algún pensamiento pre existente sobre cómo los seres humanos llegamos a existir. Este no es el caso, de hecho, la antropología ortodoxa, no tiene la mínima idea. Somos la mosca en la sopa de la explicación de la ciencia natural y su descripción de la evolución de las especies. Es fácil entender cómo un tipo de colibrí emerge de otro. Es muy difícil entender cómo unas criaturas que construyen ciudades como Los Ángeles, provenientes de criaturas que cazaban hormigas introduciendo pedazos de grama en los hormigueros.

Nosotros representamos algún tipo de ruptura primordial dentro de la naturaleza a nivel animal, y creo que se debe a que tenemos una relación simbiótica con toda la naturaleza: 


Estamos diseñados para esto, receptores químicos en nuestros cerebros, nuestros cerebros físicos, han sido llevados durante cientos de generaciones, sin realmente haber sido llamados a su uso, pero ahora es el momento. Si creemos que estas cosas expanden la consciencia, entonces debemos usarlos, estudiarlos, aplicarlos, porque es la ausencia de consciencia la que está creando una crisis terminal. No solo a nosotros, como especie, sino a todo ser vivo en este planea. Realmente creo que la experiencia psicodélica es tan parte de estar vivo como la sexualidad, lenguaje.

Las cosas que nos llenan. que dan significado a la experiencia humana se están dejando sin completar, se vuelven imposibles de asimilar si no ponemos la piedra angular en el edificio de nuestro ser en el mundo. Y la piedra angular en ese edificio es nuestro derecho, nuestra obligación y el privilegio de disolver nuestras barreras ordinarias del ego, y unirnos con la mente y el propósito del planeta.

Y esto es lo que trataba de decir en el libro, y es algo que quisiera poder comunicar a ustedes esta tarde, muchas gracias.»

Fuente: 

McKenna, T. (1992). From a talk on his book: food of the gods. Trad. Carrillo, M. (disertación). (en línea). Santa Mónica, Estados Unidos. Consultado el: 09/06/2020. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=fs0On1AcPkU


jueves, junio 04, 2020

Texto: "De tercera a primera persona del singular".

Él  pensaba que ya tenía ciertos años encima para justificar las ideas que tenía sobre dejarse llevar, fluir en el momento. En esa época escuchaba a Alan Watts, leía sobre geometría sagrada y usaba psicodélicos. Desde el inicio de la narración todo cabo suelto se amarró a su puerto, luego se soltaron concepciones tradicionales de la identidad, los cabos peor amarrados. Y este joven pensó que su flujo era saludable y era capaz de dejarse llevar por ese eterno presente. Pronto continuó esta abundancia de comunicación neuronal y la inevitable resolución neuronal deteniendo la red neuronal por defecto, y así los cabos sueltos se disolvieron en una misma sustancia cercana al origen de una emoción, una mezcla del presente eterno es una figura geométrica y que dejarse llevar involucra dejar la mente que cuenta la historia sobre la verdad que nos trajo a este existir. Los años que creía tener encima se agrandaron hasta la necesidad de no contar mi existencia en años. Esa pérdida de entenderme y entender mi alrededor a través del tiempo me llevó a concluir que, existiendo a través de todo el tiempo, la forma que tenía tan aferrada a mi identidad, es también material, y esa materialidad no trasciende el tiempo en el mismo grado que ya había narrado (susurrado a mí mismo). Amarrarse a esos cabos aún es posible aunque el tiempo no exista. Y eventualmente iba saliendo de nuevo a esta realidad, vuelvo a ser mi ego, y no puedo ser mucho más. Solo que ahora ya no creo tener esos años encima y así, dejarse llevar es más la unidad.

domingo, mayo 31, 2020

Texto:"Descripción incipiente de un conato sin significado".

Durante algunas charlas, en el momento de abrirse vulnerable, se amontonan, en la boca del estómago, unos trozos pequeños, que parecen ir en dirección similar al reflujo. 

Cada fragmento se une firmemente a los otros, y se va tapando la tubería por la que la energía fluye desde el sentir hacia el hablar

A veces logro destapar la obstrucción, otras, prevenir que el primer pedacito aparezca. Pero a ocasionalmente dejo de hablar, y se abre una avalancha de escuchar y escuchar hasta que el órgano del sentir se congestiona, respirar se hace complicado y dan ganas de huir, apagar las ideas.

jueves, mayo 28, 2020

Anécdota: "El consumo de hongos".

Un día tomé una sustancia:

Primero reconocí las ideas que mis amigos tenían, se hacían verídicas sin la necesidad de las palabras.

Segundo, desconocí mi propio idioma, mi habla se hizo imposible.

Tercero, me enamoré de un árbol que me dio la sombra como si alguien me diera la vida.

Cuarto, entendí sin entender.

Quinto, las conexiones entre todo se hicieron tangibles para un sentido que no sabía que tenía.

Sexto, una gran parte de mí pudo hablar con sinceridad, y pude escuchar con la sensatez de los cinco puntos anteriores: mi cuerpo.