Esa noche deseaba (su) compañía —ella insistía en otras compañías para mí—.
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Hay un pesar inevitable, aunque bien aceptado, sobre la parte delantera del cuello, entre el cartílago tiroides y cricoides, que se instala y alborota, se percibe como un nudo indescriptible que aglutina y secuestra palabras, intenciones, querencias. Incapaz de pronunciar las ganas de su compañía marché solo—o conmigo.
Encendiendo un cigarro sedante transcurrió el camino hasta el teatro, la mente vuela, y a pesar del desarrollo y crecimiento sentimental edificado, las recaídas del límbico son inevitables: las ganas de poseer, el egoísmo impertinente, las ataduras; todo confabula armónicamente en un periodo de tres horas. Me vuelvo a ver como hace años, aturdido, iracundo y decepcionado, triste, carente, añorando y anhelando.
Terminó la obra teatral y todo regresó a la normalidad: dejo de necesitar su compañía para mantener estoico el ofrecimiento de la mía.
Terminó la obra teatral y todo regresó a la normalidad: dejo de necesitar su compañía para mantener estoico el ofrecimiento de la mía.
La frase más notoria de la obra (El Cuervo de Poe) fue pronunciada por el cuervo mismo: "Nunca, nunca más".
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