martes, octubre 26, 2010

Historia corta de una tarde de regreso.

Son ya las seis y media de la tarde y decido cruzarme la calle hacia el transmetro porque ya no aguanto la pierna, está que me mata, y las quinimil gradas de la pasarela son un reto sobrehumano por ahora.

Me cruzo por mi cuenta porque el oficial no está poniendo ni atención a sus pensamientos, y mucho menos está atento a quien pueda necesitar ayuda. Como puedo me atravieso frente a un mercedes que venía algo lento, y luego un toyota, creo, que no tuvo de otra más que desacelerar al verme cojear.

Logro llegar a la entradita que tienen allí, esa que dieseñaron para ayudarnos a los que nos cuesta subir gradas, pero mi sorpresa es que esa entradita está cerrada, qué digo, cerrada es poco, tiene al menos medio metro de alambre de cobre delgado enrollado entre la manija de apertura/cierre y la traba. Maldita sea. Quise gritar “policía, venga a abrirme acá”, pero la voz no me iba a salir ya de lo enfurecida que iba, y para variar me voltea a ver y nos miramos a los ojos y el descarado voltea rápidamente la mirada hacia su izquierda, como buscando qué hacer para ignorarme. Sentí cómo la furia ascendía hasta mi frente, y me guardé el grito de hijo de perra, no me ignore.

Entre mis conjeturas, y para enfurecerme más, me puse a pensar, estos infelices no me van a poner atención; pero no, no me voy a regresar. Hice unos ademanes un tanto vistosos, pero más furiosos que amistosos, para que alguien me viere. Y quién me ve, el poli, con su traje color verde chingalavista se acerca y con un tono pesado, malhumorado y de gordo pisado me dice:

- No, no, váyase.
- ¿Que me vaya?, mire, pero yo no puedo subir gradas.
- Ustedes se cruzan corriendo la calle y después no pagan allá arriba, y quieren que les abran y los dejen pasar.
- Mire usté, no sea inepto y ábrame la puerta que ya vengo esperando un buen rato a que me pongan a tención y ustedes sólo se hacen los mudos, si pudiera caminar con gusto me subo sus putas gradas, que no me cae mal el ejercicio.
- Hmmm.
- Qué no ve que tengo chueca la pierna, soy una señora honrada y no voy a estarlo jodiendo sólo porque sí.
- Vaya doña, pase.

Y yo ya como la gran chingada madre, no sólo me trata con el peor irrespeto posible, sino que se enoja, para qué pisados se mete de servidor público.
Hice la cola, con los humos hasta la cabeza, pero me lo tragué. Después de esperar unos veinte minutos en la parada llegó el bus más repleto que otra cosa, pero me subí como pude. Estaba en la parada del trébol, y ya iba camino hacia la parada de reformita, pero yo me bajo en las charcas para tomar el que regresa a la reformita, así camino dos cuadras menos; no es por huevona pero bien que me alivia caminar menos.

Gracias a Dios llego a mi casa, me recibe el perro, como siempre, y m’hijo no había encendido la luz de la calle, así que entré a oscuras. Salió a saludarme, andaba escuchando música en la computadora, como es ya su costumbre en la noche, en el féisbuc andaba también supongo.

Me quedé hablando con él y le conté cómo entristece ver que pasen esas cosas, le conté la anécdota, y se fue. Me cambié de zapatos, me puse chancletas, me quedé jugando con el perro que siempre se queda en mi cuarto cuando vengo de trabajar. Sentí el olor a orines de la gata que mi otro hijo no había limpiado, pero ya es costumbre, ahora me voy a preparar la cena.

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