Entrábamos a oscuras a la sala, los anuncios, ya terminando, daban paso a la función: un filme de terror.
Mientras nuestros ojos se adaptaban a la oscuridad nos sentamos y compartimos un par de poporopos, iniciaba el filme y comenzaban las palpitaciones y la transpiración en las palmas de las manos.
Sin intercambiar ni una palabra durante la película, en mi cabeza daba vueltas una idea, de reojo miraba tus movimientos y muy atento escuchaba tu respiración. Con mucha fuerza sostenía las mariposas del estómago.
Solo me arrepiento de tres cosas en la vida, hasta ahora, y que la película llegara a sus últimos minutos y yo aún no reuniera el valor para estirar mi brazo tras tu espalda y rodear tu nuca para aproximar nuestras mejillas encabeza la lista.
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