lunes, octubre 09, 2017

Texto: "Divagué".

Divagué sobre lo valioso o no de tener una motivación vital objetiva, recurrí al muy a la mano entendimiento de la biología y la química de la vida, inevitablemente notando el valor más reciente dado por nuestro cerebro, junto a la herencia evolutiva de nuestro material genético, la motivación vital objetiva parece tener sentido. Me noté parte del presente, del pasado y del futuro, admití que mi materia y energía formó parte de algo más antiguo y formará parte de innumerables más constituciones futuras. Noté así la minúscula magnitud de la evolución y de la vida misma frente al eterno universo y su incalculable materia y energía (y más aun). El tiempo tomado en pensar acerca de la motivación vital objetiva, la cuestión por sí misma y la crisis personalizada a causa de esta se convirtieron en insignificancias intrascendentes.

¿Podría, la motivación vital objetiva, realmente ser constituida también por subjetividad?

La percepción, el desarrollo, los instintos. Todo cobra una magnitud mayor al pensar en nuestra escala. Nos debemos a la vida porque eso somos, nuestra previda y posvida no es nuestra. Ni la vida lo es. Quizá esta subjetividad es un engaño. Una forma de hacernos creer individualidad...

Esta mente poderosa producto de antepasados olvidados permite captar someramente la propia pequeñez. Y en esta pequeñez, paradójicamente (subjetivamente) nace una grandeza incomparable. Ser la parte del universo que se percibe a sí misma. La consciencia cósmica. Es pretencioso creerse más grande pero es humilde sabérselo.

Dentro de esta pequeñez desenvuelvo mis memorias, mis ideas, mis sentimientos, sensaciones, percepciones. Y me noto conmovido por la anterior divagación. Veo varios árboles que vibran en silencio con el viento invisible o traslúcido. Noto las nubes aparentemente erráticas y amorfas, pero las veo más coherentes y congruentes que nunca. Creo entender la luz y la interacción con este pálido planeta azul. Me conmuevo aún más, comienzo a percibir mejor mi flujo sanguíneo, el palpitar cardiaco que sacude todo el cuerpo. Tomo consciencia de mi respiración pero no la altero. Inicia el llanto.

¡Cómo puede sentirse tan bien un llanto!
¡Cuán gratificante es perder adrede la razón ante la sensación!
¡Pequeñísimo instante de vida!

Se agolpan de pronto y simultáneamente abundantes recuerdos sentimentales de diversas y amplias variedades emotivas y temporales: Recuerdo ideas de amor, sensaciones de amor, recuerdos de amor, acciones de amor, lugares de amor. Recuerdo también contemplaciones de tristeza, tragos de tristeza, sonidos de tristeza, ojos de tristeza. Recuerdo de la misma forma signos de miedo, luces de miedo. Recuerdos las maneras de la alegría, los sabores de calma, los olores de emociones sin nombre y de sentimientos aconceptuales ¿Es esto la vida, todo esto y tan poco de esto?

Me cuestiono el egoísmo de todos estos recuerdos y lloro más desconsoladamente. Reflexiono sobre mi inacción social, sobre la pasividad espiritual, sobre la comodidad que vivo y la hipocresía que promuevo, ejecuto y disfrazo. Se constriñe mi cuello caliente y brotan lágrimas calientes y se instaura una breve fiebre decepcionante y putrefacta. Y en esa congoja invento un soliloquio sobre la vejez de mi alma, acerca de las pequeñeces (nuevamente). Las pequeñeces con la gente, pienso en mi profesión, y de nuevo se atasca el proceso de recuerdos y concluyo sin escrutinio que quizá también he logrado mucho y como bien pensé en lo que antes formé parte y que seguiré formando parte de algo más, quizá también he sembrado elementos contrarios al egoísmo, a la inacción, a la pasividad, a la apatía, la comodidad y la hipocresía.

Divagué sobre lo valioso o no de tener una motivación vital objetiva.

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