viernes, junio 15, 2018

Texto: "Descripción de un hombre a la luz de un discreto bombillo incandescente".

Es un hombre de mediana edad, cincuenta y tantos. Su semblante, de lejos, no aporta nada inusual, quizá un hálito informal, entre aburrido o totalmente atento, distinción imposible de efectuar. Anormalmente rasusado pero poco prolijo muestra los tercios inferiores de su rostro iluminados por la discreta bombilla incandescente: menton cuadrado poco prominente, bien mezclado con su continuación mandibular, unos labios resecos con parches blancos y rojos, casi queratosos. Un filtrum sudoroso, al igual que su gorda nariz, que demuestra haber crecido por más tiempo y a mayor ritmo que los demás componentes faciales. Sus pómulos aceitunados, alcohólicos y con un toque a lenteja, resaltan únicamente gracias a las, por poco, invisibles lágrimas que vertían las glándulas cercanas al globo ocular, los cuales descansaban a la sombra del gorro policiaco que impedía la llegada fotónica del discreto bombillo incandescente.

La mediana edad del hombre se recomocía bien en ese rostro de berengena, pero era su cuerpo el que confirmaba su transcurrido a través del tiempo en un viaje sin reversa o retorno. Sin embargo, ninguna cualidad corpórea descriptible, o si quiera perceptible, podría condensarse acá para justificar los cincuenta y tantos años del hombre de sombrero policíaco. Aunque bien hago al decir que su vestimenta nada tenía de policiaco, la cual recordaba más a algún electricista o tecnico de aire acondicionado. Sin embsrgo, se sabe que la vestimenta era por su naturaleza ecléctica y su gusto por la imitación. 

En sus manos poseía un único objeto que será descrito posteriormente. Ahora nos compete descubrir lo que sostiene en su mano vacía ( la derecha ). De acuerdo a un exhaustivo análisis de su olor físico (salado, a tierra y con fragmentos de pan tostado y cabello quemado hace unos minutos por usar un encendedor queriendo compensar la escasez luminosa del discreto bombillo incandescente), de sus iris oculares, y de sus ritmos espiratirios pueden ser tres los candidatos sostenidos por su vacía mano: 1) produnda melancolía de veinticinco años reposada, 2) secreciones nasales mixtas, 3) el apego hacia una mascota, quizá un loro, extraviado en un tren tomado hace cuatro quincenas.

El hombre pisaba el suelo recargando un porcentaje mayor de su peso en su pierna izquierda, hábito antiguo acentuado por una hernia lumbar leve desarrollada el año pasado al cargar una preocupación magnánima, quiza asociada a su melancolía reposada por veinticinco años. 

El calzado que vestía no lo vestía.

En su otra mano llevaba una marchita flor no identificable, muy mal conservada, maloliente de cierta manera. Único elemento inexplicable de su constitución. 

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